viernes, 13 de junio de 2008

Frankly, my dear, I don't...

Al hilo de la estupenda entrada de hace unos días sobre Lo que el viento se llevó en el siempre recomendable blog Switch Off and Let’s Go, que ha originado una interesante discusión, añadimos un capítulo más a la historia del "damn", la última palabra de Rhett Butler y que tanto ha dado que hablar.

Hay que recordar que en 1939 estaba vigente el Código de Producción, al que los principales estudios se adherían para evitar censuras exteriores a la industria. La Oficina Hays, como era conocida popularmente, trabajaba con las productoras partiendo del guión, lo que evitaba gastos, ya que si se detectaba algo “inapropiado” se podía corregir antes de que fuera filmado; lógicamente, si en la película terminada la Oficina detectaba cualquier cosa que atentara contra el Código y la negociación no prosperaba, había que volver a rodarlo.

Si la Oficina daba su visto bueno, la película recibía el correspondiente Sello de Aprobación, que le daba vía libre para ser exhibida en los circuitos comerciales habituales. Sin ese sello, el producto quedaba exilado a salas de segunda categoría, independientes, más escasas y dispersas y sin el respaldo de la publicidad de los grandes estudios, con las consiguientes pérdidas económicas.

En contra de lo que podría parecer, la Oficina estaba tan interesada en otorgar el Sello como podían estarlo las productoras, pues redundaba en beneficio de todos: se salvaguardaba la moral de los espectadores y todo el mundo ganaba.

Las palabras malsonantes, las maldiciones y los juramentos eran uno de los apartados que la Oficina miraba con lupa, y todos en la Selznick International eran conscientes de ello. Pero estaban preparados para la contingencia: en junio de 1939, cuanto llegó la corrección de Breen (el sucesor de Hays al frente de la defensa del Código), que conminaba a sustituir el "damn" que figuraba en el guión, se puso en marcha una elaborada estratagema, que incluía una maniobra de distracción y una de defensa. Ya se habían rodado dos versiones, una con “damn” y otra con “I don’t care”.

Se preparó una lista de posibles frases, pero todos sabían que era una causa perdida, porque Selznick estaba dispuesto a ser fiel hasta el final al texto de Margaret Mitchell: “My dear, I don’t give a damn” y la única variación que iba a permitir era añadir el “Frankly”, porque le parecía que le daba más vigor, más rotundidad. Entre esas opciones estaban cosas como “Me he retirado de la batalla”, “Mi indiferencia no tiene límites”, “Te puedes ir al infierno, por lo que a mí respecta”…

La decisión final de la Oficina dependía, por supuesto, del visionado de la película, y el metraje que se les mostró a los censores incluía la frase “Frankly, my dear, I don’t care” ("Francamente, querida, no me importa"). El sello de aprobación fue concedido a finales de septiembre.

Selznick buscó entonces apoyos para lograr la inclusión de la palabra prohibida, aunque supusiera un cambio en el Código, algo que era anatema para Hays, y jugándose la revocación del Sello. Confiaba en que a la Oficina no le convendría la mala publicidad de una marcha atrás.

El “I don’t care” se conservó incluso en el segundo pase sorpresa; Selznick preparó sus municiones para convencer a Hays de que el "damn" era permisible a aquellas alturas del siglo XX, que había sido usado en libros, revistas, largometrajes y cortometrajes en los años anteriores, que se utilizaba en GWTW no como una maldición o un juramento y que estaba unido de manera indisoluble a la novela más famosa de la década; apeló también a sus colegas de la Asociación de Productores y Distribuidores de Películas (MPPDA) y convocó una reunión del máximo órgano de la censura cinematográfica para debatir el asunto.

Los argumentos expuestos por Selznick ablandaron poco a poco a la oposición, que encabezaba Hays, secundado por los responsables de Paramount, Universal y Fox; el único apoyo provenía de una parte con intereses en Gone With the Wind: Loew's, matriz de la MGM.

La agotadora sesión terminó con victoria para Rhett Butler: el Código podía modificarse, la Oficina iba a dejar pasar aquella palabra sin revocar el Sello a Gone With the Wind… pero Selznick tendría que pagar una multa por usar un término prohibido por el reglamento en vigor.

Una legendaria sanción de 5.000 dólares, muy lejos de los 25.000 que habría tenido que abonar de haberse atrevido a exhibir la película sin el famoso Sello.

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