viernes, 30 de mayo de 2008

Lágrimas fáciles y lágrimas difíciles

Como en todo melodrama que se precie, no podían faltar arrebatos lacrimales en Lo que el viento se llevó.

El arquetipo exige que las mujeres inunden la pantalla a la más mínima aflicción o contrariedad. Por eso no es extraño que Escarlata derrame unas cuantas lágrimas aquí y allá, las más recordadas en la crisis de llanto tras la muerte de Frank y en su último primer plano, desesperada por la marcha de Rhett.

La glicerina era muy útil en estos casos, pero Leigh se destacaba por su habilidad en llorar a voluntad, y tampoco fue necesaria cuando Selznick le negó permiso para ir a despedir a su amante, Laurence Olivier, que se iba al Este. Se cuenta que Leigh, prendada de los encantos del actor británico, pasó llorando toda la noche y a la mañana siguiente presentaba un rostro poco adecuado para los primeros planos. Selznick decidió aprovechar sus ojos enrojecidos para rodar la secuencia en la que Escarlata se lamenta por tener que llevar el poco favorecedor luto por Charles, lo que le daba oportunidad de llorar y arrojarse sobre la cama. Otras fuentes nos dicen que la escena que iba a rodarse era la del último plano y que el productor habría obligado a Vivien a aplazar su viaje para reunirse con Olivier…

Lágrimas y sonrisas han sido consideradas armas favoritas de las mujeres para conseguir de los hombres promesas y objetos. Escarlata es ducha en ese arte de humedecer sus ojos y emplear las lágrimas como argumento cuando le falla el resto de sus recursos. Sabe que todo caballero se sentirá culpable a la mínima gota y no duda en fingir desolado llanto cuando conviene a sus objetivos. Así, cuando Rhett la desenmascara en la cárcel recurre al llanto para intentar convencerlo; o, cuando Ashley le anuncia su decisión de marchar a Nueva York, rehusando trabajar en el almacén de maderas, Escarlata interpreta una convincente escena en la que cuenta con el apoyo de Melania.

Pero las más sorprendentes lágrimas de la película son las derramadas por Clark Gable, que casi pueden calificarse de históricas. La proverbial frase “los hombres no lloran” estaba grabada a fuego en el cerebro de la estrella más masculina del Hollywood dorado, que se negó en redondo a que Rhett Butler llorara abiertamente su culpabilidad por el aborto de Escarlata.

Carole Lombard le echó una mano a Selznick para tratar de convencer a su marido de que interpretara la escena con lágrimas incluidas. La actriz apeló a la profesionalidad para indicarle que sabía que tendría que hacerlo cuando aceptó interpretar a Rhett y que no podía volverse atrás.

También medió Olivia de Havilland, y hubo discursos sobre la universalidad del sentimiento que Rhett tenía que expresar, la autocompasión, que chocaron con la afirmación de Gable de que él no haría tal cosa en la vida real y tampoco en el cine delante de millones de personas.

Victor Fleming consiguió que accediera a un trato: rodarían dos versiones, una como quería el actor y otra con las lágrimas, y él mismo escogería después la que considerase mejor. Al final, Gable se inclinó por la que ahora conocemos.

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