jueves, 10 de enero de 2008

¡Tara!, ¡Tara!, ¡Tara! (III)

Habíamos dejado a Escarlata enfrentada al problema de conseguir el dinero para pagar la contribución sobre Tara o perder la plantación para siempre. Como sabemos, esta última posibilidad no le cabe en la cabeza y pronto diseña un plan para que la casa y los terrenos se queden en la familia O'Hara.

El precio que ha de pagar por conservar Tara no importa: se ofrece a Rhett, engaña a Frank, rompe con las normas sociales impuestas a las mujeres... Lo único que lamenta es que, como señora Kennedy, ha de vivir en Atlanta, sin poder volver a Tara más que de visita. Pero le basta con saber que Tara se ha salvado, que progresa, que estará allí siempre que la necesite para recobrar sus fuerzas, para pensar, para recoger el espíritu de Ellen que todavía deja sentir sus efectos dentro de sus blancos muros.

Rhett reconoce la relación que existe entre su esposa y la plantación: “No le conviene a Escarlata pasar demasiado tiempo lejos de aquel rincón lleno de barro rojo al que tanto ama.”, le confía a Melania, cuando la señora Butler parta hacia su antiguo hogar para recuperarse del aborto y sus secuelas. Ya antes Rhett se había mostrado dispuesto a dedicar parte de su dinero a la reconstrucción de Tara, sabedor de lo que significaba para ella.

Y, por fin, cuando otra vez se encuentra vacía y derrotada por la marcha de Rhett, la mente de Escarlata le ofrece la solución: Tara. Volver a Tara, a la paz de la plantación, a aquella sinfonía de colores y aromas que lleva metidos en la sangre, para desde allí planear el resto de su vida.

Escarlata no podrá desprenderse nunca de la plantación. Venderla, cederla a sus hermanas, apartarse de ella durante una larga temporada, sería como amputarse una parte de sí misma, de lo mejor de su pasado y del germen de su futuro.

Por otra parte, la lucha de Escarlata por Tara es el contrapunto de la lucha del Sur por sobrevivir y de la Confederación por defender sus derechos. Mientras la mayoría de los que la rodean tienen siempre en los labios las palabras “patria”, “nación”, “Estado”... la hija de Gerald no se desvela por la suerte de Georgia, no le importa en absoluto el resultado de la guerra mientras ella y Tara queden a salvo. Su patria, su tierra, es Tara, unos miles de acres que le dan de comer y sustentan su espíritu.

Resulta curioso que dos de las películas más famosas del año 1939, Lo que el viento se llevó y El mago de Oz, tengan el hogar como uno de sus ejes principales. El “¡Quiero volver a casa!... ¡Tara! ¡Mi hogar!” de Escarlata, se une al “En ningún lugar se está mejor que en casa” de la niña Dorothy, con su deseo de volver cuanto antes a Kansas a pesar de las bondades del maravilloso mundo de Oz. En una América que se miraba a sí misma y se preguntaba acerca de la conveniencia de entrar o no en el conflicto bélico que comenzaba en Europa, el mensaje estaba claro.

Pero fuera de ese contexto de espacio y tiempo, Tara nos habla de ese lugar, concreto o no, que todos necesitamos reservarnos para volver de vez en cuando, no para huir de las responsabilidades que nos sobrepasan, sino para montar un plan de acción para el futuro; el rincón de nuestra mente que atesora los mejores momentos y las experiencias pasadas, propias y ajenas, de las que debemos aprender para retomar el camino con más fuerzas.

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